Treceañera, ¿cómo vas?

Ante todo, queremos presentar nuestras más sinceras disculpas a los lectores, por "irrumpir", de esta manera, en la trama, pues nuestras chicas se encuentran en plenos disturbios. No obstante, Treceañera también sigue viva, sigue existiendo, y hemos de saber qué está pasando con ella, en estos mismos momentos.


"Puedo flotar, puedo sentirlo"

Treceañera se deja mecer por la brisa. El pelo le acaricia los pómulos. Está sentada en las escalera del patio de educación física, en su colegio religioso. El sol es primaveral, y el cemento del suelo está calentito, pero es agradable.

Observa los verdes setos, junto a ella. Las abejitas van de un lado para otro, mientras los gorriones hacen divertidos movimientos de cabeza. Está sola, con un cuaderno casi totalmente escrito, en tinta negra. ¡Cómo le gusta escribir sus historias!

Puede sentir su falda de cuadros rozándole los muslos. Puede sentir los calcetines cubriéndole las pantorrillas. El jersey, que pica, se lo acaba quitando, dejándolo a un lado, luciendo un polo blanco con bordes rojos, siempre con el sello del colegio en el lado del corazón.

Respira. Sus espinillas, sus dos coletas, sus gafas, le dan un aire dulce, simpático. Es risueña, y sonríe con los ojos cerrados, viendo el escenario rojo, tras los párpados.

Decide volver a escribir, después de estar un rato de descanso.

"Ojalá poder volver a ser alumna de aquí... Esta es mi verdadera familia... Pero las chicas no me entienden... A mí no me gustan los One Direction, en serio, ¡con la de cosas chulas que hay en el mundo, cosas tan maravillosas que no se podrían describir tan fácilmente...!"

-Ay... -suspira, llevándose una mano a la mejilla, mentón al cielo.

"Si sólo tuviera a alguien que me entendiese, a alguien con quien compartirlo... ¡Este es mi único mundo! Nadie puede acceder a él... Nadie nunca podrá sentir lo que yo siento con estas cosas tan maravillosas que el planeta tierra nos brinda, cosas mágicas, cosas sobrenaturales, cosas inigualables... ¿Cómo es que nadie aprecia lo que yo admiro? En fin... ¡Hay un mundo, que tengo que descubrir! ¡Me iré de aventuras, algún día, lejos de estos ignorantes!"


Pero la realidad es otra. Ni siquiera estaba en el colegio. Estaba en el instituto, en el último día de curso, día de los boletines de calificaciones. Estaba prácticamente vacío de alumnos, sólo padres hablando con los profesores. 

Leía un libro, y estaba divagando. Nada de uniformes, ni de iglesias, ni de setos bonitos por ninguna parte... Sólo hormigón. Lo único en común era la cancha de fútbol y baloncesto, el hormigón caliente -aunque ella estuviese en un banco- y, también, el hecho de estar sola... ¿O eso tal vez no?

-¡MARTA, CHOCHO! -Partenueces aparece. Es una chica de trece años, más alta y robusta que Treceañera. Tiene una mandíbula prominente, los ojos pequeños, demasiado pintados para alguien tan joven. Mechas rubias en un pelo seco, mal cuidado, planchado hasta la extenuación. 

Es ruda hasta la médula, pero no la rudez de Peričina: Es una rudez real, por dentro. No ha abierto un libro en su vida. Peričina puede llegar a ser elegante, cuando quiere...

Viene acompañada de otra chica, que se mantiene más al margen. 

Treceañera suspira por dentro.

"Ignórala, mirarla a los ojos sólo le da más poder... Haz lo de siempre..." -se dice.

Y es que Partenueces ya se había portado mal con ella muchas veces. Lo comentaba con Sofí, y Sofí se lo decía a Marta de Alfaro.

Recuerda el empujón del patio, delante de todos, sí, pero también recuerda la vez que le puso la navaja en el cuello, la vez que le propinó patadas en el respaldo de la silla durante una hora, la vez que se dedicó, junto a otros, a pegarle notitas hirientes en la espalda, a robarle el llavero de su mochila...

Puede que haya sido mucho peor, y yo no lo recuerde.

-¡Qué estás haciendo! ¿Leyendo?

-Sí, Partenueces, sí -se dedica a fingir que lee, distraída.

-¡Ah, que te gusta leer! ¿Y para qué lees?

Partenueces tenía costumbre, costumbre extraña, de que las veces que se mostraba pacífica, la acribillaba a preguntas, siempre obteniendo respuestas sagaces, inteligentes, naturalizadas, ante el desconcierto de la agresora, que nunca acababa de comprender por qué Treceañera era como era.

-¡Pero contestaa! -exclama irritada- ¡Maadre, que no contesta! ¡Que se ha quedado sin lengua! ¿Cómo se llama el libro?

Treceañera se lo enseña, seria, soberbia.

-Es de fantasía. Va de un laberinto. ¿Algo más?

-Hostia, vaya guapo. Pasa que yo no leo mucho, ¿sabes? -mira a su amiga, cómplice, y se ríen. -¿Y el otro día, por qué fuiste sin gafas?

-Porque llevaba lentillas -cierra el libro por donde iba, dirigiéndose a ella, atenta. Clava su mirada, que parece tímida bajo esos cristales, pero llena de un mundo interior.

-¿Y por qué llevabas lentillas? -es una mezcla de indignación y desafío.

-Pues yo qué sé -se encoge de hombros- Me apetecía.

"Pero mira que es tonta"-piensa la inteligente jovencita.

-Bueno -hace un gesto flamenco con la mano- Pues que te lo pases muy bien leyendo el libro ese -sonríe, agarrándose del brazo de su amiga, a la manera de los barrios- ¡Adiós! Lista, que eres muy lista...






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