Una reflexión

Cuando era pequeña fantaseaba con ser el hada del arcoíris. Iconos femeninos como Barbie o Daisy Bros eran mi inspiración -aunque lo de Daisy vino algo más tarde-. Yo adoraba todo lo relacionado con las princesas, la magia, las hadas y el color rosa. Todo lo considerado intensamente femenino para una niña pequeña. La purpurina, las canciones donde yo podía ser la protagonista. Imaginaba e imaginaba. Siempre era desbordante.

Me maravillaba dibujar e inspirarme en aquello que veía en mis películas favoritas o en las muñecas que tenía. Dibujaba princesas y delfines. Después comencé con los cómics, alguna obra de teatro, iniciación a la poesía y mis estudios musicales. 

Igualmente yo tenía algo, pero es difícil poder explicar el qué. Los arrebatos de creatividad te superan, vienen como tormentas. El mundo interno emocional, complejo, vívido, y de un abanico a veces ilimitado, sin saber cómo calificar las nuevas sensaciones, que desde pequeña me impresionaban. Yo era creativa hasta en mis venganzas -porque sabía vengarme meditadamente desde pequeña-.

Siempre tuve un vívido contacto con el mundo onírico -esto es, el mundo de los sueños-. Rememoraba durante todo el día las emociones que mi inconsciente trataba de susurrarme por las noches, visualizando las imágenes, las escenas que mi cabeza proyectaba mientras dormía. Las analizaba, las sentía, y las tomaba como inspiración de un posible Más Allá, algo oculto y arcano. La fascinación siempre me ha abofeteado desde que tengo consciencia de mi ser. Me supera y me “arrevolea”.

Yo creaba historias desde bien pequeña, algunas plasmadas, pero tan sólo un uno por ciento de lo que mi mente expresaba en aquella esfera craneal. Durante mi infancia fue una fuente natural de expresión, inspiración y entretenimiento, y durante la adolescencia un motivo para vivir, si bien fue una herramienta de supervivencia en ocasiones. Al menos, distraía.

Desde niña podía concluir tras reflexiones acerca de lo que opinaba, fuertes convicciones propias, que ya tenía desde bien temprana edad. También sentía fuerte el sentido de la justicia, y observaba poderosamente -con cada vez más fuerza y con el paso de los años- la conducta humana, la conducta y esencia de aquellos que me rodeaban. Percibía cosas y opinaba de una manera considerablemente fuerte y crítica. Parcialmente he sido consciente de las situaciones adultas que me rodeaban y lo que sucedía. Los niños son inteligentes, sí, pero yo más. 

Aunque yo tenía mis amiguitas, siempre me era mucho más fácil e interesante hacer amistad con niñas algo mayores que yo.

Tras la llegada de mi inspiración por Daisy Bros -que considero a día de hoy un icono feminista, pero del real- comenzó la pasión por lo paranormal, lo desconocido en el ámbito de la muerte y los espíritus. Me aficcioné a lugares extraños de la tierra y a ciudades y edificios fantasmas, abandonados. Devoraba y devoraba información, siempre con la pasión como firma de la casa.

No mucho después llegó mi interés por los seres bíblicos: La historia que no me contaron de Lucifer, ángel caído por sublevación ante Dios, y los arcángeles principales. Me informaba y leía fanfics -novelas escritas por aficcionados y para aficcionados-. Mi interés pasó a ser un amor platónico y esta fue inspiración durante mi pubertad.

Después llegaron los Balcanes, el Este de Europa septentrional -Ucrania, Rusia, Bielorrusia- y la posterior Bulgaria. 

Es aquí donde se van a manifestar, por primera vez y más fuerte, las consecuencias del vínculo maternal roto, a medias. Pero no es este el estado de la cuestión ahora mismo.

Seguí, seguí, y seguí… Muchas veces traté de reprimirme, tanto en el ámbito personal como de manifestación artística: “No hagas esto, para qué”, “eres demasiado intensa”, “ya estás con lo mismo de siempre”, “eres obsesiva”, “estás volviendo atrás, parece que vas para atrás en lugar de evolucionar”, “supera esas cosas”, “cambia de tema”, “¿otra vez?”, “tienes el abanico reducido”. En resumen: “Estás siendo y mostrando lo que justo no deberías mostrar de ti, me avergüenzas”.

A fin de cuentas la cabra tira al monte. Prefiero ser una pulsión sincera y “desastrosa” de mi ser que no un esquema bien pensado, pero artificial. ¿Es esto algo novedoso para vosotros? ¡Por supuesto que no! Frases como esta última ya la habréis escuchado y leído todos los días, y que os vaya de “original” por reconoceros el cliché mencionado, también. 

Seguiré, y evolucionar es volver atrás. ¿De qué te sirve ir en una línea unidireccional? Si no volviese atrás no me habría encontrado. Soy lo “peor”, y lo que siempre evité. El secreto es el siguiente: No te va a pasar nada por haberte quitado las Capas de Cebolla. En una sociedad donde todo ha de ir rápido, superar metas y “obstáculos”, y buscar la excesiva mejora personal, no permite un lánguido suspiro, un hurgar en los cajones de tu cerebro emocional, y poder extraer la información más fresca y pura. 

Supongo que los pasados más vulnerables son los pasados más sinceros. ¿Te avergüenzas de esta parte de ti? ¡Enhorabuena!, pues este eres tú. 

Nadie te está mirando… ¿Te sigues arrepintiendo? 

Seguiré, seguiré y seguiré… Quiero resumir esto en una sola frase:

Yo siempre miraba, con los ojos del Más Allá.

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