Warm Balkans

Es cierto que hace mucho que no sabéis de nosotras. Peričina llegó y nos tuvo ocupadas. Ha estado por aquí unos días, tal vez vuelva a aparecer, no lo sé. El caso es que Sofí sí, claro, ha seguido guerreando -aunque entretenida con su prima, se ha portado algo mejor-. 


Hubo un proceso de “modernización” estos días. Sofí, Treceañera y yo hemos estado frecuentando el centro de la ciudad.


“Me gusta quemarme, tener contacto con mi yo más íntimo”.


Salíamos cogiendo el metro. Me hacía gracia ver a esta chica, a Sofi, agarrada a las asas del metro. La gente parecía mirarla. Tal vez por el traje. Curiosamente, a mí no, y eso que yo también iba vestida. Quizás por sus actitudes tan bruscas y abiertas, pareciese haber escapado de un verdadero ambiente campesino. Esto no es muy normal en ciudades como Sofía, o la Nueva Sofía, donde todos están de mal humor, las mujeres van muy arregladas, y los hombres rapados. 


“El riesgo, sufrir. Tocada y hundida. Es la mejor manera de conocerme. Es una sensación maravillosa, dice mientras se suena la nariz, con los ojos llenos de lágrimas”.


También vamos a la plaza de los Siete Santos, y comemos mekitsi sentadas en los bancos -unos buñuelos, en forma de torta, que nosotras cubrimos con chocolate y bananas-.


Aquí es donde encontré yo a Sofí una vez, merendando sola, tonteando con el móvil, después de un suceso un poco extraño. Le pregunté qué había pasado, y me lo contó apacible. Pero esto será en otro capítulo. Ya os lo contaré. 


El caso es que también nos movemos por la zona del Mercado de las Mujeres. Nos paramos en escaparates de vestidos de novia, concretamente los gitanos. A Sofí, a Treceañera y a mí nos gustan mucho esos vestidos. Tienen brillo, pomposidad y color.


-¡Más nueces, más baklava! -pide Sofí, compartiendo con Treceañera algunos dulces de la zona, o frutos secos.


No parece agradarle del todo el escenario de la ciudad de Sofía: Edificios monstruosos de cristaleras, mezclados a veces con los bloques comunistas. 


Aún así, se mantiene callada. Se calla, no dice nada. Si algo le molesta, mira fijamente el asunto, se encoge de hombros, y no comenta nada al respecto.


Lo que pasa es que, pese a los helados, a los paseos por el bulevar Vitosha, a la curiosidad por los trajes de marca, a los coches carísimos de mafiosos y políticos, o a los instrumentos tradicionales sonando por la calle, Sofí se adapta, sí, pero siempre será la misma. 


Esto no es ni malo, ni bueno… Tal vez bueno.


Señalaba y me preguntaba, me preguntaba muchas cosas de la vida actual. 

“-¿Por qué funciona esto así?, ¡ah, oh, mira esto!, ehh, vamos al parque. ¿Aquí no hay ardillas, como dice Peričina que hay en Belgrado? O, ¡la gente es muy seria!”



En una de estas, decidimos ir al Palacio de la Cultura, porque me lo pidió ella. Las vistas eran a la montaña Vitosha, nevada, con niebla en el ambiente. 


Sofí, tiesa como un palo, la observa a varios metros por delante de mí, dándome la espalda.


La montaña, imponente, se yergue ante nosotras. 


Ella, pétrea, seria, se cruza de brazos. Así pudo estar unos quince minutos, mientras Treceañera y yo hablábamos, aunque yo no le quitaba el ojo de encima.


Treceañera también preguntaba, comiendo su tarrina de helado. Solía dar muchas cosas por hecho, pues a su corta edad, creía saberlo todo. Lo empírico no es lo suyo. Yo le respondía, y ella parecía asombrada, a veces triste, sintiéndose pequeña e insuficiente. Pero al menos no la liaba tanto como la otra…


-¡Sofí…! -me acerco para preguntarle.


-Vamos -se dice seria, da media vuelta y vuelve con nosotras.






Cálidos Balcanes


Sofí y yo estamos echando la tarde. Los veranos se aproximan, comienza a notarse un calorcillo agradable. Durante la puesta de sol, ambas estamos sentadas en la azotea de uno de los bloks -bloques- en los confines de Lyulin, donde la naturaleza verde comienza a abrirse paso.


-Pues yo creo que nunca nadie me va a querer.


-Pero Sofí, cómo dices eso.


-Es la verdad. Pero tampoco me preocupa. He aprendido a estar sola. No tengo miedo a nada. 

Yo sólo me entrego a alguien o a algo por mí misma. No necesito una respuesta, no al menos inmediatamente. Y estas respuestas, si llegasen y no fuesen recíprocas, tampoco me voy a asustar. Obro con sinceridad, para conmigo misma. Tengo que estar limpia de conciencia. Mi vida no puede ser una mentira. Obra, obra bien y en pos de ti misma, llora si hace falta, pero siempre habrás actuado siendo sincera con tu existencia. Es entonces cuando las cartas cambiarán y se pondrá todo tu entorno acorde a tu interior, vamos, eso creo.


Sigue mirando al horizonte. 


-Hay personas que dentro de poco van a salir a la luz. Esto sin contar con las miles de Estrellitas que pululan por las noches, esperando el Oráculo, el Destino, que crucemos nuestros caminos. Pero yo no le tengo miedo al riesgo, y menos al que está por llegar en unas semanas. Sofí vive del riesgo. La verdadera Sofí se enfrenta al conocimiento de sus emociones, aunque eso la vulnerabilice y la haga “más Sofí” todavía. Y pues… -mira hacia mi lado, buscando las galletas- Bueno, mi madre dice que eso de regirse por las emociones no acaba de estar bien.


-¿Dónde están tus padres, Sofí?


-En España.


-¿Eres española?


-Algo así. Posiblemente celtíbera, con algún ramalazo romano -de esto no me fío-, otros godos, y por supuesto herencia judía y linaje gitano. 


-Entonces…


-Entonces yo no tengo nada de eslava. Si acaso algún esclavillo de los tomados cuando mi Al-Ándalus existía aún. Aunque quien sabe… -breve silencio- Aquí soy una inmigrante de la nostalgia y el folklore. Y de la moda, todo sea de paso. Se dice así, ¿no?


-Dicho sea de paso.


-Eeeeso… 


Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Pueden los recuerdos traspasar el pecho como un puñal?

Una reflexión

Bollitos de canela, fiebres y un hospital