Dios Sol, la selva y la Arthropleura

“Pensaba que, como avanzaste mucho aquella vez, iría a más… Pero bueno, parece que no ha sido el caso. Estoy decepcionada”


Sentada en el borde de la cama, Sofí reflexiona, recordando las palabras que Niña Grande le dijo hace tiempo, cuando aún no había una rotura.


Se levanta, se acerca a la ventana. 


-“¿Qué se habrá creído esa?”-piensa para sus adentros. -“¡Infravalorarme a mí, a Sofí…!” -coloca las manos a la espalda, tratando de pensar cómo le estaría yendo a Marta, que a esta hora, justo, se estaría viendo con ella en aquel parque.


-¡Sófia! -llama desde la otra habitación Peričina- ¡Deja de darle tantas vueltas a las cosas! ¡Vente aquí, mujer! Que voy a poner un programa de Buscadores de Fantasmas.


-¡Ah, eh, v-voy!


-¡Voy a hacer palomitas, como nos hacía la Abuelita!




Lo cierto es que, cuando Marta se despidió de las chicas, pidió a Peričina que cuidase de las otras dos. Esto fue allí mismo, en el comedor de la Universidad. 

Marta se asoma al balcón, y se apoya en el cristal, observando toda la zona de Boyana, límite con Vitosha. No recuerda haber visto algo así: Decenas de bloques futuristas, blancos, níveos, de cristales negros, y perfectamente colocados, entre grandes parras y maleza salvaje verde. ¿Qué clase de espectáculo es este? Parecía un lugar retorcido, siniestro, similar a una civilización perdida, pero a la vez… ¿utópica?


Hacia la derecha podía ver los cochambrosos edificios comunistas, y al fondo, entre estos dos polos opuestos de aspecto, las cúpulas de la catedral asomando, a lo lejos…


Y claro, para acceder a Vuzrazhdane, debe tomar el primer camino: El extraño y futurista.


-Bueno -se dice- la tarde acaba de comenzar.


Y camina, camina, camina. 


Comienza a sentirse perdida, pero no precisamente con la dirección. Se cruza de brazos.


-¿Dónde cojones estoy, y por qué me siento tan rara? 


Y camina, y camina, y camina… 


-A ver si por aquí me va a aparecer una Arthropleura, o un monstruo de esos prehistóricos… A Sofí le suelen aparecer muchos, tanto en sueños como cuando se iba de excursión hace tiempo…


Y camina, y camina, y camina.


El sol apenas llega al suelo: Las calles, completamente vacías, están llenas de hiedras. No se puede ver nada. El aspecto de las casas es raro e innovador. Parecen de juguete, o la obra de algún arquitecto primo de Dalí. Era todo extraño, inquietante. La mayor confusión estaba en su Ser: No sabía cómo sentirse.


Un chillido estremecedor suena de entre una de las calles paralelas. Y entonces aparece.


-¡Coño, si es que yo lo sabía! -Marta pega un gran salto y huye despavorida. Una gran Arthropleura venía en su dirección, masticando algunas hojas. Parece ser que no se había percatado de su presencia, pues tampoco pareció correr detrás.


En esas, después de aquel vecindario extraño de apariencia selvática, llega a un nuevo lugar. Sigue siendo muy vegetal, pero mucho más despejado: Es el lugar de espacio abierto al cielo, el de los bloques níveos, blancos, de balcones largos de cristales negros.


La imagen era escalofriante: Personas iban, de aquí para allá, pero… No parecían del todo humanos. Marta intentó forzar la vista para poder ver qué estaba sucediendo. Tanto mujeres como hombres iban trajeados de color gris, ojos azules, cabello rubio, altos, de piel grisácea, casi reptiliana de lo espantoso de su palidez. Absolutamente inexpresivos, como robots, sin hablar entre ellos. Todos llevaban un maletín. Es difícil determinar la edad de todos ellos.


-Pero vamos a ver, ¿yo estoy en Sofía o en Seúl?


Es en ese momento, cuando del vecindario selvático anterior, aparece la Arthropleura, ese espantoso ciempiés gigante. 

Para la estupefacción de nuestra viajera, se transforma, ante sus ojos, en otra de las mujeres rubias en serie. 



-¿Qué-qué diantres? -se gira, y choca con uno de los muchos hombres trajeados. -¡Ay! Lo siento…


El hombre, mucho más alto que ella, la mira intensamente, con unos ojos helados, muertos. Se limita a escudriñarla así, y marcharse sin decir nada. Es entonces nuestra amiga lo comprende: Está en el Mundo de los Juicios.


Debe de andar con cuidado. Se abraza a sí misma y camina, sobre su par de tacones bajos negros, y su trajecillo blanco bordado de delantal rojo, a través de aquel lugar con aspecto de oficina; frío y helado en emociones.


“-Si no les miras a los ojos, ellos no te mirarán, si no les miras a los ojos, ellos no te mirarán, si no les miras a los ojos…-“


Poco a poco entra en una vegetación mucho más espesa que las anteriores, algo así como un seto gigante. Cruza la muralla hacia el mundo real, volviendo a la Sofía que ella conocía, sana y salva. Mira hacia atrás.


“-Así que estos son los putos Juicios… Se reencarnan en el cuerpo de cualquier persona de aquí de la ciudad, y comienzan a señalar con el dedo… O en monstruos… ¿Adónde tienen que ir a trabajar tanto? ¡Malditos sean! Pobre Sofí. Pues sí que dan miedo.”


Al fin comienza a sentirse en casa. Llega al centro comercial, que está al lado de este parque, atravesando unos altísimos bloques viejos, despintados, seguramente desde que cayó el socialismo en el año noventa.


Aquí también las plazas tienen baldosas donde crece la hierba, y las levantan, dando un aspecto abandonado y nostálgico.


-“Venga, Sofí, tú puedes. Espera, ¿qué acabo de decir? ¡Diantres! -agita la cabeza- Ese camino me ha vuelto loca”.





Sofí, tumbada en el sofá, mira la hora. Ya son las siete menos veinte. ¿Se estarán viendo ya? Tiene la cabeza apoyada en un cojín, o más bien, hundida. Está un poco asustada.




Marta llega al parque. Es una gran explanada verde, con vistas a las montañas. El calor ya es veraniego, pero sin ser excesivo. La brisa corre y le acaricia la cara. 


-“¿Qué haría Sofí en estos momentos? Oh, sí. -junta las manos- Sol, querido Sol, dame fuerzas para afrontar este momento”.



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