No por mucho tiempo

Soy luz, soy eternidad.

También soy un abrazo de maldad.

Y sin perder serenidad,

y sin perder compostura,

yo en un gesto amistoso, 

saludo a la locura.


Está bastante claro todo el tema. Te cabreas. Sulfuras. Te devanas los sesos. Te tiras de las trenzas.


“¡No puedo más!” - gritas, te arrancas las flores del pelo y las estampas contra el suelo.


“¡Qué! ¡Qué!” - Desafías, sacas las garras, a modo de pregunta. Miras a todas partes, miras al vacío, pero, pero eh… Que no hay respuesta.


“¡Quéeee! ¡Noooo!”


Los ojos se desorbitan. Chillas, chillas, vuelves a chillar… Empiezas a andar como pato mareado. Sí, tal vez estás mareada.

Te tambaleas, vas tropezando, chocándote con las paredes.


¡Sí, sí! Esa eres tú. 


En un momento resbalas, caes contra el suelo. Tienes la pintura de labios corrida, deshecha, hacia un lado. El carmesí se ha desbordado. Boca desdibujada, expresión desencajada.


Te arrastras, te arrastras. Las trenzas desordenadas, ciertamente deshechas, pero sigues tirando, sigues, sigues… 


Te levantas. Te sacudes el traje, centrada en que quede bien limpio. Vuelves a la batalla. Te lanzas contra una pared vacía. Chillas. Yo aquí no veo a nadie. 

¿Tú ves a alguien? ¿Contra quién luchas?


Por algún lado tenías que salir… No podías aguantar tanto tiempo siendo una inocentona… 

Buscando en la hierbecita no eras así. Porque ahora eres yo. Porque no somos entes separados.


Porque no… 


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