La Martita (tengo veintidós años)
Tengo veintidós años...
Tienes veintidós años, pero... ¿Qué es esto, qué llevas puesto? Un recogido de dos mechones hechos coletas, pelo suelto, un vestidito rosa, una rebequita blanca, zapatitos de charol blancos, planos, y calcetines blancos estirados, con volantes... ¿Qué es todo esto?
Alguien golpea la puerta. Es alguien salvaje, agresivo.
Te pide entrar.
Tú le dices: "No"
Agarras tu gatito de peluche favorito, con lágrimas en los ojos, tratando de esconderte. Corres abrazada al gato, corres por esos largos pasillos... Pasillos interminables, piso nostálgico pero dulce.
Dulce, dolor dulce, dolor...
-"¡Que abras, te digo!"
El monstruo grita al otro lado de la puerta. No deja de hacer temblar esa línea fina entre el exterior, y el vacío piso. Corres, corres, corres... La motillo de juguete, juguetes por todas partes, colorines, muchos colorines, pizarras, muebles antiguos, plantas en las esquinas... Y corre, y corre, y corre...
Te escondes detrás de la cama. La cama de mamá. Te escondes. Te sientas de espaldas al colchón y a las ropas floridas que lo cubren. Abrazas al gato. Te encoges. Vuelves a mirar tus volantitos de los calcetines. Te compraron la ropita con mucho gusto. El luto está colgado... ¿Por qué nadie lo lleva? ¿Dónde están todos? ¿Por qué dejaron la ropa aquí? ¿Hoolaaaaa...?
La luz se cuela por la humilde ventana. La ventana me sonríe. Amanece en Ciudad de Cullera. La calle de las mil y una nostalgias. Recuerdos de pecho, niña de pecho. Bebé, infante, inconsciencia.
Tienes veintidós años... ¿Qué te pasa?
Una mañana fría - ¿dónde están todos? - una mañana fría, no se sabe si es un buen o mal día.
¿Dónde están todos?
Señor Monstruo ha dejado de llamar a la puerta. Hace un momento se puso a llorar. Pero no era un llanto normal: Me iba a devorar.
Me levanto, sin soltar al gatito.
Te incorporas en el más absoluto silencio. Te miras al espejo del tocador, ahí donde tu madre dejaba todas sus pertenencias. Te pasas la mano por el pelo, y por las coletillas sobre el cabello suelto.
Sí, en efecto, esta ha sido mi ropa, siempre ha sido mi ropa, mi ropa "interior", la ropa del amor...
Veintidós años...
Parece haber algo de vida en la calle. La gente se encuentra, y charla...
Pero aquí no parece haber nadie.
Me asomo a la habitación de los juguetes. ¡También hay un escritorio! A ver, a ver...
Frenas en seco. Freno en seco. Frenas en seco. Freno en seco.
"¿Qué es esto?" - te preguntas. Me pregunto. Te preguntas.
Sostienes entre tus manos un tamagochi rosa que te compró Abuelita en el mercadillo. Sí, todavía funciona. El eco de los muñequitos en el juego resuena en el silencio más absoluto del piso, enorme, pero tan estrecho, asfixiante a su vez...
Suspiras. Y vas al salón. Está todo intacto, claro. Ya... Pero que dónde están todos.
Muebles oscuros, mesa, televisor, amplias cortinas, fastuosas tal vez...
Hmm...
En un reposabrazos de los sofás, un vestido rosa, de princesa...
"Es mío".
Lo tomo entre las manos. Pero, bueno, otras cosas me toca hacer.
Aquí, sin embargo, está, está... Anocheciendo. En esta ventana del salón está anocheciendo, ya no se ve el sol...
Vuelvo a la sala de los juguetes, no sin antes comprobar que, en la habitación de mamá, sigue comenzando un nuevo día.
Tampoco voy a dejarme sorprender. No me inmuto.
La moto es azul y amarillo eléctrico. Tal vez no quepe, o tal vez sí...
Me siento, piso el botón con el piececito derecho, y...
-Bruuuummmmmmmmmm
Comienzo a avanzar, a una velocidad ridículamente lenta, por los pasillos misteriosos.
-Bruummmm brrrrrrummmmmmm
Arrastro y me empujo con los piececillos contra el suelo.
La puerta vuelve a retumbar. El Monstruo vuelve a llorar al otro lado. La puerta tiembla.
Abro los ojos como platos, - tengo veindidós años - frunzo el ceño, y me coloco al lado de la puerta, con mi conjuntito rosa, mis manitas apretadas a los puños de la moto, giro la cabeza, y golpeo con mi puñito, en un gesto amenazante, contra la puerta. La puerta es grande, y yo soy chiquitita...
-¡Fuera!
El Monstruo sigue llorando.
-¡Que te calles, hijo de puta!
Sigo golpeando la maldita puerta. Parecemos querer destrozarla desde ambos lados.
Y entonces, y entonces...
¡BUUUUUUMMMM!
Hay negro. Mucho negro. Caída al vacío. Monstruo tonto... Mucha ropa negra. ¿Y quién eres tú, si puede saberse? Vacío existencial, vacío existencial... Monstruo tonto...
¿Para qué he nacido? Tengo veintidós años, ¿sabes?
-¿Qué? - Marta está de brazos cruzados.
-¿Qué, qué? - respondo.
-¿Qué haces con mi ropa, Sofía?
Es verdad, llevo su ropa urbana del día a día, y el pelo suelto, y...
-¿Qué haces tú con la mía?
Es verdad, ahora ambas estamos vestidas de folklóricas.
-Espera - dice ella - ¿Qué llevas puesto ahora?
-¿El qué? - miro hacia abajo. Oh, mierda... El conjuntito... Esto va mutando por momentos. Pero alzo la mirada, y ella también lo tiene.
-¿Qué hacías en Ciudad de Cullera? - pregunta.
-¿Qué hacías tú?
-¿Qué hacías en Ciudad de Cullera? - insiste ella.
-Emm... Eh... Eh.... ¡Ha-había un monstruo!
-Sí, ya - se sienta algo incómoda sobre un poyete. - ¿Qué sabes tú de mi vida?
-Pues claro que sé.
Vacío.
Vuelvo a intervenir.
-Quiero protegerte...
-¡No tienes que protegerme! ¡Sabes muchas cosas, perfectamente! ¡Sabes más que yo, seguro!
Agacho la cabeza.
-Te contradices tú sola - al oír esto, gira la cabeza, apenada. - Quiero volver a casa...
-Yo también, creo que mucho... Pero, realmente, nunca estuvimos allí...
-Nos pilló tarde...
Me mira bruscamente, cambiando el semblante.
-VINIMOS en el momento justo.
Agacho la cabeza, mis trenzas están tímidas. Ahora sí que voy con mi atavío folklórico búlgaro, y ella de urbana.
-Si no fuera por ese luto, nosotras no habríamos venido. - Añade.
-Sofía era como me quería poner mamá...
-¿Qué?
-Que, que Sofía era como me quería poner mamá...
-Marta también es bonito.
-Pero los motivos son tristes.
-Ya, claro, pero encierra el motivo de nuestra existencia. ¿Qué sería de ellos, de estas personas, sin nosotras? Somos el ansiolítico perfecto.
-No lo digas así...
Marta se levanta, y se me acerca invasiva.
-¿Te vas a poner ahora buenecita? - yo no la miro a los ojos - Acepta por qué viniste. Acepta quién eres. Te buscaron demasiado y sabes por qué.
-Y a ti también.
-¡Y a mi también, sí, y a mí también! - respira - Y a mi también...
-¿Volverán esos tiempos?
-No. Y nuestra misión ya se está acabando. No queda mucho tiempo... Tenemos que hacer nuestras vidas, seguir adelante, y ser un producto propio, hagamos un monopolio de nuestra persona, seamos autónomas de nuestra propia empresa: Nuestra vida.
-No hables así, nosotras no hemos sido ningún producto...
-Pero tampoco ninguna mesías.
-A nosotras nos quieren.
-¡Pues claro que nos quieren! Esa fue nuestra misión. Distraer y hacer sentir bien. Ahora nos toca a nosotras vivir un poquito más.
-Quiero volver a casa...
-La casa está en tí, y en aquellos que allá donde vayas, te acojan... Un hogar es allí donde siempre hay alguien esperándote...
-Eso es cierto. ¿tendremos nosotras algún día hogar?
-Tendremos que hacérnoslo nosotras. Pero no será fácil. Primero hemos de saber quiénes somos. Y, más importante: Quiénes no somos.
-Perfecto.
-Perfecto.
-Perfecto. Hasta otra - le digo.
-Hasta otraa... - me mira con su sonrisa ácida pero integradora, estirándose el largo abrigo, a modo de despedida. Se da la vuelta, elegantemente, sin perder esa mirada tan inteligente, tan llena de voluntad...
Y se va. El abrigo, de espaldas, le da un carácter señorial, majestuoso, imponente, adulto, resuelto... Todo lo que yo también quiero tener de ella y, a veces, no puedo...
Está el sol feliz, aquí, a lo alto, en Ciudad de Chiva. Bonita avenida, bonito lugar...
AL.CO.S.A, mi hogar.
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