Una extraña aparición
Cerrando los ojos… Silenciosa oscuridad… Vislumbrando tu ser, cara a cara, un espejo… Creo tener la respuesta…
Negro, negro…
La quietud, la esencia de la paz interna. Eterno momento, eterno todo… Voy a concentrarme un poco más, llegar al fondo de la cuestión, llegar al fondo de…
¡¡¡PLAS PLAS PLAS!!!
Abro los ojos ante semejantes palmazos, dados a centímetros de mí.
Sí… Así que es esto…
Sofí está ante mí, con una sonrisa de oreja a oreja, los labios recién pintados de cereza oscuro.
-¡Eeeehhhh! ¿Ya estabas haciendo terapia de psicólogo eh? ¡Y has vuelto a dar conmigo! No te puedes librar de mí, ¿eh?
-Hola - me rasco la cabeza confundida.
-¡Eeehh, eeehhh! Vamos a dar un paseo, va.
Comenzamos a andar entre bloques.
-Eh, Sofí - pregunto, tras ella. - ¿Qué te pasó el otro día que estuviste sola?
Se encoge de hombros, y mira de reojo sin dejar de andar.
-No sé, tu sabes que quitarme el traje no me sienta bien.
-Ya, pero…
-Simplemente, eso. - dirige su mirada hacia el cielo, sólo un poco - ¡Tenemos que vestirte a ti tambiéeeen! - extiende los brazos.
-¿De búlgara?
-Sí…
Ya no eres el pasado, ahora eres también el futuro.
-Déjame pensar… - prosigue, adoptando una pose caricaturesca, con el índice en la mejilla - Tal vez uno del norte… O de esos que son blancos que no entiendo por qué demonios no encuentro la región… ¡Uy! - me señala - Es que…
-Vas un poco rápido - me quejo desde atrás.
-Es que los de Pirin a ti te pueden hacer mucho… ¿No querías hacer un SerdikaAeterna?
-¿Cómo?
-¡Claro! ¿No lo sabías?
-¿Y cómo sabes tú lo de SerdikaAeterna?
-Bueno, yo se todas tus cosas…
-Me recuerdas a alguien diciendo cosas así… Eh, recuérdame que tengo que enseñarte una cosa de la ciudad.
-A mí no me tienes que recordar nada.
-Borde.
-Borde tú.
Es un día cualquiera, o eso es lo que parece.
Yo ya no llevo un abrigo marrón, porto uno blanco, largo, de corte sastre, unos tacones clásicos negros, unos pantalones negros ceñidos y el pelo suelto, tornando a rojizo. Los labios pintados, también. La escena es que es rara, de hecho. Es que, es más… Ella desentonaría menos que yo, supongo.
Sofí se detiene en seco, que me llevaba varios metros adelantados. Quería llevarme a un lago o algo así. Viene corriendo. Sólo me mira. Parece haber palidecido y tener las ojeras más marcadas.
Me toma de los brazos.
-¿Qué pasa?
Ella no dice nada, tira de mí fuertemente y nos escondemos tras un blok.
-¿Qué pasa?
Parece inquieta.
-Marta - sólo me mira y le tiembla el labio - Tú, yo…
-¿Qué? - pregunto sin dejarme asustar.
Intento asomarme, pero ella tira de mí.
-No, no mires… Nos puede ver. ¿¡Qué hace aquí!?
-¿Quién? - la curiosidad se apodera de mí.
-Asómate, pero… Pero muy poquito. Con cuidado.
Me asomo, y… Dios… Esperaba de todo menos esto. A mí también me impacta, pero me da muchísima curiosidad.
Marta Alfaro, sin su “de” como preposición de distinción histórica castellana.
Siendo directamente sinceros, una Marta de trece años, joven, infantil, con flequillo, gafas de alambre rosa, aparatos y acné, un poco más metida en carnes. Sostiene una carpeta, abrazándola, cabizbaja y mirando al suelo, sonriendo ensimismada. Parece venir hacia aquí.
-¡Sofí, ha venido! ¡Ha venido por fin, vamos a saludarla!
-¡No…! No puede verme aquí, no puede verme así…
-¿Así cómo?
-No puede ver el monstruo en el que me he convertido. - dice tirándome de las solapas del abrigo - Soy su hada madrina, ¡soy un ser lleno de bondad y de luz! -se convence a sí misma.
-Pero si eso ya lo eres.
-¡Pero no puede ver que soy así…! ¡Así de…!
-¿De Sombra?
-Sí… ¿Qué pasará si me conoce? Yo soy su ídolo, Marta. Soy su modelo a seguir. Como se entere de esto… Me he convertido en todas sus vergüenzas al descubierto. Soy el terror psicológico de toda persona. Soy un ser ambicioso, egoísta, envidioso, rencoroso, que desea el mal ajeno, que destroza, que se burla, que insulta y que odia…
-Entonces os llevaréis estupendamente. Todo eso lo lleva ella ahí dentro, aunque no lo sepa.
-¡Yo soy su futuro…! -parece rogarme, tirando más de las solapas.
-¡Suelta Sofí! - la empujo con suavidad.
Sofí la mira llegar, cada vez más cerca, temiendo ser vista. La observo temerosa, insegura.
-¿Es tu trabajo, no? Tú la ayudaste a sobrevivir. Ahora te toca dar explicaciones. Las mamás también tienen sus sentimientos cuando crían a sus hijos, no son los niños los únicos que lloran. Sabrás hacerlo perfectamente.
-Sí, ya sé que es mi trabajo, porque el tuyo seguro que no -una pincelada de su habitual dulzura.
Sofí vuelve a asomarse tras la esquina. ¿Está temblando? No, solo mueve las piernas inquietas.
-Sofí -la tomo de la muñeca- sabrás hacerlo. Lo vas a hacer muy bien. Yo te ayudaré.
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