Europa, me estás decepcionando.

Estoy muy triste, Europa. Ya no me haces ilusión, oooohhh... Ya no me provocas ese fervor por visitar nuevas tierras, nuevas ciudades. 
¡Qué más dará! Basta ver una capital para haberlas visto ya todas. Llena de ciudadanos de todas partes del mundo, llena de restaurantes extranjeros, en fin, no sé... Conseguiste, Unión Europea, tu sucio objetivo: Sentirme en casa allá donde vaya por el continente. No siento nuevas esencias, no siento nada... ¡No te bastaba con que todos compartiéramos la luz de un mismo sol! No, no te bastaba...
Decepcionada a su vez con la esencia del lugar (¿qué esencia?), también me corroe la población. ¡Ah, no! Y encima población enferma. Gente mala, egoísta, que no te escucha. Siempre quedarán algunos pocos merecedores de una amistad. Amistad. 
Tan sólo hace feliz a un europeo un coche nuevo, un iPhone... Y no se da cuenta de que para realmente sanarse de sus depresiones y colapsos nerviosos, lo único que necesita es alguien, un sólo ser, que se preocupe por él.
¡Ah, no, que no me estabas escuchando! Bueno, no pasa nada, siempre nos podrá quedar la paciencia de nuestras abuelas, la luz del sol, y nuestras madres, aquellas que realmente saben apreciar qué es querer a alguien, a sus hijos, que ni siquiera valoran que ellas, sí, ahí donde las ves, apoyadas en el marco de la puerta, mientras te observan dormir, se preguntan: "¿Habrá algo que le preocupe y que no quiera contarme?".
No sé, divagaciones, pero al menos ocupo mi tiempo con cosas mejores que dedicarme a pensar qué foto les gustará más a mis seguidores de Instagram, o llorar por no haberme podido llevar esa pedazo de minifalda del Pull&Bear. 

Yo también soy una enferma. Y además leprosa, porque sufro, admito, y pica.

Pero qué mas daaaaaaa... Sólo es una loca que escribe por el blog. Para sabiduría de la sociedad ya tenemos a las feministas.

Me corroe la gente mala, me corroes tú, me corroe todo. No me apetece soportar lo mismo una y otra vez. Maldita sea Europa, la sociedad que se crea en ella, y malditos mis compañeros. Siempre tengo que tratar de psicóloga, pero a la más mínima quietud mía, nadie se presta.

Tú, tú, tú y tú, sácate las castañas del fuego tú solito. 
Necesito mis energías para otras cosas. Y así sería mi carta de suicidio.

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