El TONTO de matemáticas.
Antes de empezar, quería decir dos cosas:
La primera, me da mucha pena que, como no esté haciendo propagandas, no se moleste la gente ni en mirar mi blog. Y no es porque sea mío, sino por el alto contenido que tiene para haceros abrir los ojos. En fin, seguimos igual.
La segunda, no he escrito mucho (nada) últimamente pues la cosa ha ido calmada.
Sin más, comencemos.
El señor Pablo Alegre es nuestro nuevo profesor de matemáticas y tutor.
Si nos centramos en su modo de enseñanza, estoy bastante contenta, porque con él ya he aprobado mi primer examen después de Junio 2015.
Pero vamos otra vez a centrarnos en lo que es el abuso de poder o, en este caso, pasarse de chulo.
Nuestro amigo alegre, tal y como así lo dice su nombre, parece un chavalín bastante enrollado.
Es ahí cuando comienza a no gustarme su personalidad, porque es una táctica que a algunos profesores les sirve para engancharse sus alumnos como las lucecillas del árbol de Navidad.
Parece que esto le está yendo demasiado bien... O tal vez no.
Todos somos conscientes del "toque de varita mágica" en su cabeza. Es un poco especial, tiene un carácter extraño.
Cosas por las que lo odio con todo mi ser, o, más bien, mi ser en clases , pues en mi vida sólo estará para rellenar el blog:
¡UNO!
Cuando lo llamas por alguna duda y acude a tu mesa, tiene la bonita costumbre de meterte la cabeza como un avestruz, invadiéndote el espacio personal. Hoy le he dado con las páginas del cuaderno en la cara, por tonto.
¡DOS!
Otro confuso que cree que al estar en la biblioteca en vez de los recreos a veces, cree que soy una marginada y que me voy a suicidar, y se dedica cuando viene a la biblioteca a a a a molestar y darme conversación.
Mirad, no es nada malo lo que está haciendo, pero hoy le ha dado sentido a su existencia en mi vida, y su reputación en ella, por supuesto.
¡TRES!
¿Qué ha ocurrido hoy? Pues una consecuencia de lo que pasó ayer.
Resulta que ayer estábamos hablando más de la cuenta los chicos en clase (tenemos quince, joder, no vamos a estar con las manitas bajo la mesa) y el señor, en vez de decir algo como "venga ya, silencio" o algo similar, simplemente deja de explicar y se niega a corregir un ejercicio de repaso para el examen.
Pero claro, el tontito manda tarea de eso mismo.
Al día siguiente, es decir, hoy, queridos amigos, no traje la tarea porque él no la explicó.
Lo llamé para que viniese a mi mesa para preguntarle cómo se hacía y dice que no me la va a explicar porque a "nadie" le interesa.
Luego, el poco iluminado de mente se acerca únicamente a mi mesa y a la de dos compañeros míos, de TODA LA CLASE tan sólo a nosotros.
El gracioso pregunta por las actividades de las cuales tenía duda y le pregunté justo antes, aquellas que no había hecho.
Le decimos que no, los tres en la misma situación.
Él nos escribe unos preciosos negativos junto a nuestros nombres, aquellos que nos dieron nuestra madre y nuestro padre. ¡Ah, el nombre, nuestra identidad escrita para que se puedan burlar de ella, y para poder usarlo a sus antojos!
Nunca lo permitáis.
Sin embargo, intenté explicarle tranquila que no los hice porque no los entendía, pero a él le dio igual y se marchó, diciendo que me iba a poner un positivo de esos para los sumisos infantes si traía la tarea mañana.
Luego, como buen caballero, arrepentido o, tal vez, dejándome en ese limbo de desesperación aposta, vuelve para explicármelo. Pero es entonces cuando la hiena científica se percata de que tenía dibujados en el cuaderno un par de ojos en la página de mis ejercicios sin resolver. El único dibujo de toda la maldita libreta.
Entonces, achaca eso a que nunca trabajo en clase y que me paso horas dibujando (y es verdad, pero no en su clase) y todo esto lo dice mientras pintorrea mi dibujo, cargándoselo (con lo mal que dibuja, se podría haber ahorrado la tinta de mi boli).
Después de explicármelo, se marcha y yo me dedico a tapar con típex la basura que ha creado él.
Al final de la clase, me lanzo hacia su mesa y le pregunto fría y expectante si mi negativo permanecerá, y responde que sí, que si mañana traigo la tarea, me podrá un positivo.
Y le repetí entonces como dos o tres veces que yo no quiero un positivo, sino que me quite el negativo tan injusto que he recibido como burla hacia mi persona como alumna.
Pero como no soy un tonto y estúpido alumno pisoteado, que en el centro mío educativo los hay por fuentes y fuentes romanas, le dije en su rostro de matemático loco que "me parece pésimo".
Y el pésimo lo recalqué, con la mandíbula tensa, masticando las sílabas de una de mis palabras favoritas.
Él, se va sin argumentar nada, sólo que me pondrá un positivo, y luego se detiene en mi mesa antes de salir del aula para dirigirse a otra, y dice: "Mientras estudias mar y agua en búlgaro no te vas a enterar de nada de la clase".
Acto seguido coge mi cuaderno con toda la confianza que Dios le habrá dado, porque yo desde luego que no, y dobla la mitad de las hojas de mi cuaderno como marcapáginas.
Para empezar, estudiaba búlgaro cuando ya quedaban treinta segundos para que tocase el timbre, y comprobé que, efectivamente, la clase había acabado en ese momento y no se hacía nada productivo.
El profesor en aquel momento sólo miraba a la clase mientras todos hablaban, tal vez para cazarme mientras hago lo que me hace feliz sin molestar a nadie.
Después de nuestra conversación, se marchó.
¿Por qué se empeñan en ponerme orejeras de caballo de feria para que atienda y no me interesen otras cosas más importantes para mí?
Vuelvo a decirlo, ¡apruebo y no hago ruido estudiando otro idioma o dibujando, por lo tanto, dejo que la clase continúe, que no sea interrumpida!
¿Quieren dejarme en paz profesores?
No es el único con el que me pasa, la de Inglés se ha chivado a este profesor hará dos días, y no tuve miedo en que lo contase.
Al revés, ¡cuéntalo, cuéntalo, qué hay de malo en ello!
Qué pena que muchos sean funcionarios.
El trabajo en sí de Pablo Alegre como enseñador me gusta, y ahí me tenéis, aprobando, ¡con lo que me cuestan a mí unas matemáticas!
Pero confunde ser profesor con ser un adoctrinador.
¡Son peores que la Iglesia!
La primera, me da mucha pena que, como no esté haciendo propagandas, no se moleste la gente ni en mirar mi blog. Y no es porque sea mío, sino por el alto contenido que tiene para haceros abrir los ojos. En fin, seguimos igual.
La segunda, no he escrito mucho (nada) últimamente pues la cosa ha ido calmada.
Sin más, comencemos.
El señor Pablo Alegre es nuestro nuevo profesor de matemáticas y tutor.
Si nos centramos en su modo de enseñanza, estoy bastante contenta, porque con él ya he aprobado mi primer examen después de Junio 2015.
Pero vamos otra vez a centrarnos en lo que es el abuso de poder o, en este caso, pasarse de chulo.
Nuestro amigo alegre, tal y como así lo dice su nombre, parece un chavalín bastante enrollado.
Es ahí cuando comienza a no gustarme su personalidad, porque es una táctica que a algunos profesores les sirve para engancharse sus alumnos como las lucecillas del árbol de Navidad.
Parece que esto le está yendo demasiado bien... O tal vez no.
Todos somos conscientes del "toque de varita mágica" en su cabeza. Es un poco especial, tiene un carácter extraño.
Cosas por las que lo odio con todo mi ser, o, más bien, mi ser en clases , pues en mi vida sólo estará para rellenar el blog:
¡UNO!
Cuando lo llamas por alguna duda y acude a tu mesa, tiene la bonita costumbre de meterte la cabeza como un avestruz, invadiéndote el espacio personal. Hoy le he dado con las páginas del cuaderno en la cara, por tonto.
¡DOS!
Otro confuso que cree que al estar en la biblioteca en vez de los recreos a veces, cree que soy una marginada y que me voy a suicidar, y se dedica cuando viene a la biblioteca a a a a molestar y darme conversación.
Mirad, no es nada malo lo que está haciendo, pero hoy le ha dado sentido a su existencia en mi vida, y su reputación en ella, por supuesto.
¡TRES!
¿Qué ha ocurrido hoy? Pues una consecuencia de lo que pasó ayer.
Resulta que ayer estábamos hablando más de la cuenta los chicos en clase (tenemos quince, joder, no vamos a estar con las manitas bajo la mesa) y el señor, en vez de decir algo como "venga ya, silencio" o algo similar, simplemente deja de explicar y se niega a corregir un ejercicio de repaso para el examen.
Pero claro, el tontito manda tarea de eso mismo.
Al día siguiente, es decir, hoy, queridos amigos, no traje la tarea porque él no la explicó.
Lo llamé para que viniese a mi mesa para preguntarle cómo se hacía y dice que no me la va a explicar porque a "nadie" le interesa.
Luego, el poco iluminado de mente se acerca únicamente a mi mesa y a la de dos compañeros míos, de TODA LA CLASE tan sólo a nosotros.
El gracioso pregunta por las actividades de las cuales tenía duda y le pregunté justo antes, aquellas que no había hecho.
Le decimos que no, los tres en la misma situación.
Él nos escribe unos preciosos negativos junto a nuestros nombres, aquellos que nos dieron nuestra madre y nuestro padre. ¡Ah, el nombre, nuestra identidad escrita para que se puedan burlar de ella, y para poder usarlo a sus antojos!
Nunca lo permitáis.
Sin embargo, intenté explicarle tranquila que no los hice porque no los entendía, pero a él le dio igual y se marchó, diciendo que me iba a poner un positivo de esos para los sumisos infantes si traía la tarea mañana.
Luego, como buen caballero, arrepentido o, tal vez, dejándome en ese limbo de desesperación aposta, vuelve para explicármelo. Pero es entonces cuando la hiena científica se percata de que tenía dibujados en el cuaderno un par de ojos en la página de mis ejercicios sin resolver. El único dibujo de toda la maldita libreta.
Entonces, achaca eso a que nunca trabajo en clase y que me paso horas dibujando (y es verdad, pero no en su clase) y todo esto lo dice mientras pintorrea mi dibujo, cargándoselo (con lo mal que dibuja, se podría haber ahorrado la tinta de mi boli).
Después de explicármelo, se marcha y yo me dedico a tapar con típex la basura que ha creado él.
Al final de la clase, me lanzo hacia su mesa y le pregunto fría y expectante si mi negativo permanecerá, y responde que sí, que si mañana traigo la tarea, me podrá un positivo.
Y le repetí entonces como dos o tres veces que yo no quiero un positivo, sino que me quite el negativo tan injusto que he recibido como burla hacia mi persona como alumna.
Pero como no soy un tonto y estúpido alumno pisoteado, que en el centro mío educativo los hay por fuentes y fuentes romanas, le dije en su rostro de matemático loco que "me parece pésimo".
Y el pésimo lo recalqué, con la mandíbula tensa, masticando las sílabas de una de mis palabras favoritas.
Él, se va sin argumentar nada, sólo que me pondrá un positivo, y luego se detiene en mi mesa antes de salir del aula para dirigirse a otra, y dice: "Mientras estudias mar y agua en búlgaro no te vas a enterar de nada de la clase".
Acto seguido coge mi cuaderno con toda la confianza que Dios le habrá dado, porque yo desde luego que no, y dobla la mitad de las hojas de mi cuaderno como marcapáginas.
Para empezar, estudiaba búlgaro cuando ya quedaban treinta segundos para que tocase el timbre, y comprobé que, efectivamente, la clase había acabado en ese momento y no se hacía nada productivo.
El profesor en aquel momento sólo miraba a la clase mientras todos hablaban, tal vez para cazarme mientras hago lo que me hace feliz sin molestar a nadie.
Después de nuestra conversación, se marchó.
¿Por qué se empeñan en ponerme orejeras de caballo de feria para que atienda y no me interesen otras cosas más importantes para mí?
Vuelvo a decirlo, ¡apruebo y no hago ruido estudiando otro idioma o dibujando, por lo tanto, dejo que la clase continúe, que no sea interrumpida!
¿Quieren dejarme en paz profesores?
No es el único con el que me pasa, la de Inglés se ha chivado a este profesor hará dos días, y no tuve miedo en que lo contase.
Al revés, ¡cuéntalo, cuéntalo, qué hay de malo en ello!
Qué pena que muchos sean funcionarios.
El trabajo en sí de Pablo Alegre como enseñador me gusta, y ahí me tenéis, aprobando, ¡con lo que me cuestan a mí unas matemáticas!
Pero confunde ser profesor con ser un adoctrinador.
¡Son peores que la Iglesia!
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