Europa, me estás decepcionando.
Estoy muy triste, Europa. Ya no me haces ilusión, oooohhh... Ya no me provocas ese fervor por visitar nuevas tierras, nuevas ciudades. ¡Qué más dará! Basta ver una capital para haberlas visto ya todas. Llena de ciudadanos de todas partes del mundo, llena de restaurantes extranjeros, en fin, no sé... Conseguiste, Unión Europea, tu sucio objetivo: Sentirme en casa allá donde vaya por el continente. No siento nuevas esencias, no siento nada... ¡No te bastaba con que todos compartiéramos la luz de un mismo sol! No, no te bastaba... Decepcionada a su vez con la esencia del lugar (¿qué esencia?), también me corroe la población. ¡Ah, no! Y encima población enferma. Gente mala, egoísta, que no te escucha. Siempre quedarán algunos pocos merecedores de una amistad. Amistad. Tan sólo hace feliz a un europeo un coche nuevo, un iPhone... Y no se da cuenta de que para realmente sanarse de sus depresiones y colapsos nerviosos, lo único que necesita es alguien, un sólo ser, que se preocupe por